Salía corriendo, corriendo hacia ningún lugar, y de repente, apareció en una montaña, una montaña muy alta, donde estaba completamente sola, donde era libre, donde el aire era fresco y puro.
Y ahí estaba, contemplando el vacío, el mundo, sintiéndose grande e invisible, pero con el mundo bajo sus pies.
En esos momentos se sentía libre de cualquier preocupación, como si nada más existiese.
Lástima que solo fuese una imagen en su mente.
¿A quién no le gustaría cumplir esa pequeña fantasía? Huir de todo como si nada más quedase atrás, como si los problemas no fuesen a seguirte...
Y es que, ¿quién no se ha sentido alguna vez atado? Encadenado a algo invisible que te tiene condenado de por vida.
Todos estamos encadenados y/o aferrados a algo insano que nos mantiene con vida, pero, que a la vez nos roba día a día un pedazo de ella.
¿Cuál es el precio a pagar de una condena que procede de la vida misma? Son cosas sin lógica.
Vivimos en un constante bucle sin fin, como un agujero negro que nos absorbe poco a poco, de manera imperceptible, pero intensa.
Quizás ese sea el secreto de la vida, no morimos de vejez, sino de madurez y experiencias, la vida no nos consume físicamente, sino mentalmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario