jueves, 30 de abril de 2015

En busca de la luz.

Melisa se encontraba en la habitación 427 del Hospital San Juan de Dios. Yacía en su cama, medio sedada, era ya la cuarta vez que estaba en ese lugar. Entre abrió los ojos y empezó a recordar todo lo que había sucedido la noche anterior. Acababa de llegar de hacer la compra a las siete de la tarde, Orson la estaba esperando en el sofá, tomándose una cerveza.
-¿Por qué has tardado tanto? -Gritó.

Melisa quedó enmudecida. Orson volvió a repetir la pregunta, esta vez levantándose bruscamente del sofá. Se acercó a ella, agarró su cuello y susurró lentamente la pregunta.
Melisa titubeó, respondiendo entre sollozos.
-Estaba hablando con la vecina...
Orson seguía cogiéndola del cuello cuando de repente la lanzó contra la pared.

-¡No te atrevas a hablar con nadie de nuevo, y menos cuando es la hora de la cena.
Melisa empezó a llorar desconsoladamente.
-¡Deja de llorar! -Dijo dándole una patada en las costillas. -¡Y hazme la cena!
No podía levantarse del dolor. Melisa hizo el intento de levantarse, Orson le dio acto seguido una patada en la boca, con tan mala suerte de caer encima del tubo del radiador, dejándola inconsciente.

No sabía cuánto tiempo había pasado, estaba desorientada y tenía la boca seca. Miró a su alrededor, percatándose que en el sofá de al lado estaba un agente de policía.

-¿Cuántas veces van ya? ¿Cinco? Melisa no puedes seguir así, hasta que no pongas de tu parte, no podemos hacer nada, ¿de qué sirve detenerle si a los dos días vas a volver con él?

Melisa suspiró profundamente, sabía que el agente Richards tenía razón, pero ella sentía miedo, cada segundo de su vida corría en manos de ese ser, al que ni se le podía llamar persona.

A los tres días le dieron el alta, volvió a su apartamento, donde todo se encontraba exactamente igual que la noche de la tragedia. Sentía una presión en el pecho, no podía seguir viviendo de esa manera. Tenía que hacer las maletas antes que Orson llegase, debía de huir de ese lugar, alejarse de la ciudad, en la cual lo único que convivía con ella eran malos recuerdos. Hizo las maletas rápidamente, cogió lo esencial, cuando de repente sonó la cerradura, Melisa tenía el corazón agitado, ya había estado en esas situaciones más veces, pero nunca de aquella manera, nunca había tratado de huir, nunca había tenido valor, pero era ahora o nunca.
Orson olió su perfume -¡Nena, ¿estás aquí?!
Melisa permaneció callada. -Sé que estás aquí- gruñó.
Melisa tomó valor y salió con el equipaje. Hubo un cruce de miradas.
- ¿Qué crees que estás haciendo? -Gritó.
-Irme, ¿no lo ves? Ya no me das miedo, ya me da igual todo, si me matas te pudrirás en la cárcel, si impides dejarme ir, abajo hay un coche de policía -mintió- y si me dejas ir en paz será mejor para los dos.

Orson empezó a tirar todo, a revolcar las cosas. Melisa se encontraba agitada, pero encontró el momento de salir de ahí.

Melisa fue a comisaria a denunciarlo, contando todas sus experiencias pasadas.
Acto seguido llamó a su hermana de Seattle avisando que iría a la ciudad, contándole todo lo que había sucedido.
Cogió dinero, tren, sus maletas y algo de comida.
Ahora era libre, su pesadilla había terminado, aún no se creía que hubiese salido de ese capítulo oscuro de su vida, por fin había encontrado la luz.

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